Una noche de San Juan, la Tragantía emergió cerca de la orilla del río Cerezuelo, a poca distancia de la cueva donde, según la leyenda, se esconde. En el aire flotaba un misterio que parecía emanar de esa oscura guarida, alimentando las historias y el temor de los lugareños
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LEYENDA DE LA TRAGANTÍA
En los días oscuros de la Reconquista, el estruendo de las batallas retumbaba por toda la península ibérica. Las fuerzas cristianas, bajo el mando del arzobispo de Toledo, avanzaban implacables con cruces, espadas y caballos. Su objetivo era el reino de Cazorla, al que se dirigían atravesando los angostos puertos del Muradal. Desde lo alto del antiguo castillo, el rey de Cazorla contemplaba con preocupación el avance inexorable de sus enemigos. Sabía que cualquier intento de resistencia sería inútil ante el poderoso ejército cristiano.
El castillo, con su mirador alto, ofrecía una vista inigualable del valle, donde el río alimentaba norias y molinos. Pero esa paz pronto sería perturbada. El rey observaba a sus súbditos cruzar el puente, arrastrando carros con sus posesiones más valiosas. Hombres y mujeres, visiblemente angustiados, se despedían de sus hogares, sabiendo que huir era la única opción para escapar de la devastación.
Preocupado por la seguridad de su pueblo, el rey permitió el éxodo hacia tierras más seguras. A medida que el reino se despoblaba, el rey caminaba por los pasillos del castillo, cerrando puertas y alacenas. Las paredes desnudas, sin sus tapices y ornamentos, eran un recordatorio sombrío de la soledad que pronto invadiría el lugar. Sin embargo, tenía un motivo secreto para quedarse. Había decidido ocultar a su hija, la joven princesa, en una habitación secreta que solo él conocía. Aunque la dejó con provisiones y aceite para sus lucernas, el anciano rey luchaba con el dolor de tener que dejarla atrás.
Los miembros de su escolta, inquietos y recelosos, esperaban en el patio, conscientes de que cada momento de retraso aumentaba el riesgo de ser atrapados por las avanzadas cristianas. El rey, montado a galope tendido, finalmente cruzó el puente de madera, seguido por su escolta. Fue entonces cuando una flecha cruzó el aire helado, atravesando su cuello y derribándolo de su caballo. La escolta intentó reaccionar, pero fue rápidamente rodeada por ballesteros cristianos que emergieron del herbazal, con sus armas apuntando hacia ellos.
La muerte del rey dejó a la princesa sola en el castillo, olvidada por el mundo exterior, mientras Cazorla era ocupada por las fuerzas cristianas. En la habitación secreta, la princesa caminaba por las estancias oscuras con un candil en la mano. A medida que los días se convirtieron en semanas, la zozobra inicial se transformó en desesperación y, finalmente, en locura. Los alimentos escaseaban el frío se filtraba por las grietas, y la princesa se acurrucaba bajo las mantas, tratando de encontrar consuelo en medio de sus pesadillas.
En una de esas noches interminables, sintió un cambio en su cuerpo. Sus piernas comenzaron a transformarse en algo viscoso y escamoso. Aceptó su destino sin horror ni sorpresa, reptando por el subterráneo, mientras su silbido resonaba entre los pilares de piedra. La leyenda de la Tragantía había comenzado. Se decía que, en la noche de San Juan, la Tragantía cantaba una canción con dulzura mortal:
«Yo soy la Tragantía, hija del rey moro, el que me oiga cantar, no verá la luz del día ni la noche de San Juan.»
Los aldeanos sabían que si un niño escuchaba esta canción, el monstruo lo devoraría. Por eso, las familias se apresuraban a acostar a los niños temprano para evitar la ira de la Tragantía.
Con el tiempo, los cristianos se establecieron en Cazorla y trajeron nuevos colonos para repoblar la zona. El humo volvió a salir de las chimeneas y el sonido de las norias y las herrerías volvió a llenar el aire. Pero el misterio de la Tragantía permaneció intacto, guardado por una pesada losa con una argolla de hierro en la torre del castillo. Nadie se atrevía a levantarla, temiendo el oscuro secreto que podía liberar.
La leyenda de la Tragantía sobrevivió a través de las generaciones, su historia sirvió como advertencia para los niños y como recordatorio de los misterios y peligros que acechan en las sombras. La entrada al subterráneo, con sus largas escaleras, permanecía sellada, conocida solo por aquellos valientes que desearan enfrentar la leyenda de la Tragantía y descubrir el destino final de la princesa.
El misterio se extendió más allá del castillo, hasta una cueva solitaria junto a la cueva de la Malena. Ambos lugares estaban envueltos en leyendas y relatos, cada uno agregando más intriga a la historia de la Tragantía. El temor y la fascinación continuaron impulsando a los curiosos a investigar y desvelar los secretos del castillo y sus alrededores, pero nadie ha logrado descifrar por completo el misterio de la Tragantía y el oscuro destino de la princesa que se transformó en un reptil.
El paso de los años no disipó la curiosidad ni el temor que generaba la leyenda de la Tragantía. Las familias en Cazorla transmitían la leyenda de generación en generación, alertando a los niños sobre el peligro de aventurarse por el castillo o la cueva cercana a la Cascada de la Malena. Se decía que la noche de San Juan era especialmente peligrosa, pues la Tragantía, con su canto mortal, recorría las sombras en busca de nuevas víctimas.
El temor creció tanto que, con el tiempo, la torre con la pesada losa y la argolla de hierro fue clausurada por decreto del nuevo gobernador cristiano. Nadie quería arriesgarse a liberar el monstruo atrapado en el subterráneo, por lo que la entrada fue sellada con ladrillos y el acceso quedó prohibido. A medida que la leyenda crecía, también lo hacía la reputación del castillo como lugar maldito, un sitio donde los sonidos inexplicables y las luces tenues alimentaban las peores pesadillas de los habitantes de Cazorla.
A pesar de la prohibición, había quienes no podían resistir el llamado del misterio. Se contaban historias de intrépidos aventureros que intentaron entrar en el castillo por la noche, guiados por un anhelo de descubrir los secretos del subterráneo. Algunos no regresaron, y aquellos que lo hicieron nunca hablaron de lo que vieron o escucharon dentro de las oscuras habitaciones. Estos relatos solo sirvieron para avivar el fuego de la leyenda, haciendo que más personas quisieran conocer la verdad detrás del mito.
La orden de los caballeros de la Tragantía, formada para proteger el secreto, se volvió más activa en sus esfuerzos por preservar la historia y evitar que el peligro se desatara. Sus miembros eran seleccionados por su valentía y discreción, y juraban guardar el secreto con su vida. Ellos sabían que el castillo y sus alrededores guardaban un oscuro poder que no debía ser liberado.
Con el paso del tiempo, la leyenda de la Tragantía se convirtió en parte integral de la cultura de Cazorla. Las festividades locales incluían representaciones de la historia, con actores que dramatizaban la transformación de la princesa y el sacrificio del rey. La gente se reunía alrededor de hogueras para contar la historia, añadiendo su propia interpretación y detalles que hacían la leyenda aún más rica y compleja.
Con el tiempo, el castillo de Cazorla se convirtió en un lugar de peregrinación para aquellos que buscaban aventura y descubrimientos. Aunque muchos visitaban el lugar por su belleza y su historia, otros estaban motivados por el deseo de desvelar el secreto de la Tragantía y descubrir la verdad detrás de la leyenda. Algunos esperaban encontrar un tesoro oculto, mientras que otros querían comprender el misterio que rodeaba a la princesa que se transformó en monstruo.
Así, la leyenda de la Tragantía continuó creciendo y evolucionando, como un río que fluye incesantemente, alimentado por las historias de aquellos que la contaron y por el miedo y la fascinación que inspiraba. Aunque el tiempo y las generaciones pasan, el misterio y la historia de la princesa siguen siendo un enigma.